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Un relato auto-etnográfico

por | Cultura

Mi abuelito las aplastaba y hacía billetes de cartón. Entonces todas las personas bajaban con su comida a la plaza, había picante de conejo, k’hala purka, así hacía… la abuela Rosa hacía panes chiquititos… la chicha de maíz preparada…

Como antropóloga y sobretodo, como hija de un antiguo poblador de la parte baja de la Quebrada de Tarapacá he podido observar a lo largo de mi vida que la preparación de alimentos toma relevancia toda vez que se realiza dentro de un contexto histórico, social y cultural específico y particular. El contexto congrega una multiplicidad de dimensiones donde los platos típicos se articulan en conjunto con otras manifestaciones culturales como la música, el baile, la religiosidad para épocas festivas y rituales como también, reconocer que el alimento da sostenibilidad biológica desde la esfera productiva y de economía doméstica para la familia. Esto hace que la comida tenga un valor por diferentes motivos como por ejemplo: las labores que requiere para cocinar, los ingredientes y el conocimiento que nos permite degustar posteriormente el alimento. Así, la comida hay que entenderla como un proceso que involucra desde el paisaje donde se cultiva al plato servido en la mesa. También como mujer, he podido apreciar esta actividad humana como una labor marcadamente femenina, son las mujeres sujetas activas y transformadoras de estos saberes, mediante la práctica cotidiana y ritual dan continuidad a la reproducción cultural de su lugar de origen. Por todo lo mencionado sucintamente en esta nota, valoro la comida.

Cuando nosotros celebrábamos semana santa, porque aquí hay costumbres que se han perdido.  Después de la semana santa, a la semana siguiente se jugaba el calvario acá, allá en la plaza… el alférez de la fiesta patronal… el calvario consiste en vender comida, pero en portes así chiquititos, en miniatura.  Toda la gente llevaba su comida típica a vender en la plaza y se formaba una feria chiquitita.  Se hacía una mesa larga de donde tomaban el chocolate el molle hasta acá próximo a su casa.  Y como nosotros comprábamos comida, era con las tapitas de Pilsen antiguas aplastadas.  Mi abuelito las aplastaba y hacía billetes de cartón.  Entonces todas las personas bajaban con su comida a la plaza, había picante de conejo, k’hala purka, así hacía… la abuela Rosa hacía panes chiquititos… la chicha de maíz preparada… llevaban vino en vasitos chiquititos y empezaban a vender… yo hice dulces, la cosa que todo el comercio, la feria se juntaba y los estaban ahí.   El que quería comer, compraba como cinco platos y hacían un plato grande.  Y después, más allá había una persona vendiendo parcela, hacían melgas chiquititas.   Entonces llegaba una persona y compraba una melga y la regaba… todo eso se hacía antes, yo lo viví, a mi abuelito yo le ayudaba a recoger todas las calas y mi abuelito después me decía: ya hija, vamos a comprar y todas las comidas estaban puestas ahí.  (Lidia Callpa Zamora, Pueblo de Laonzana, Trabajo de Campo Año 2010)

Antropóloga, Universidad Bolivariana Sede Iquique; Diplomada en Agroecología y Desarrollo Territorial con Identidad Cultural, Universidad Nacional de Colombia.